( De la redacción : El 9 de febrero pasado, publicamos una nota sobre ese mismo tema de Iván Carrino de ContraEconomia. Nos pareció interesante ampliar conceptos sobre un tema tan importante.)
Hoy estamos viendo otra minicorrida contra el peso y un BCRA que no solo no lo defiende, sino que incentiva la depreciación de la moneda. Seguramente, luego se “sorprenderá” cuando la inflación anualizada del primer semestre de 2018 supere el 20%.
LA NACIÓN – El sistema ideal para un país que vivió largo tiempo con fuertes subas de precios y que, incluso, no tuvo un indicador confiable de su variación es el de metas de inflación, ya que permite que la gente pueda negociar acuerdos y contratos sobre la base de una brújula común. Recordemos lo conflictivas que fueron las negociaciones de paritarias de 2017. Volverán a serlo este año, ya que nadie cree en el nuevo objetivo de 15%. ¡Cuán distinto hubiera sido si en 2017 se hubiese cumplido con el alza de precios pautada como techo, de 17%!
Para que las metas de inflación existan, su cumplimiento debe ser la prioridad para el Banco Central (BCRA). Pero, hasta hoy, su principal preocupación fue licuar los problemas que genera un exorbitante gasto público y luego ver de bajar la inflación al mínimo posible. Por eso, no se puede decir que haya objetivos de inflación en la Argentina.
El principal instrumento con el que cuenta el BCRA para controlar el alza de los precios es la emisión de pesos. Si se emite más, el peso perderá más valor y, por ende, todos los bienes y servicios medirán más contra ese metro que se achica. Si se produce menos moneda, su depreciación será menor y, por lo tanto, todo subirá menos contra ella. Sin embargo, como en 2017 el Estado necesitaba financiamiento, se emitieron $150.000 millones para cubrirlo. Además, dado que el enorme déficit fiscal de los tres niveles de la administración pública (Nación, provincias y municipios) absorbía gran parte del crédito local secando la plaza para el sector privado y subiendo la tasa de interés, el BCRA emitió para aumentar el financiamiento y disminuir su costo, particularmente antes de las elecciones.
Con toda esta producción de pesos -que, por ejemplo, en el primer semestre se elevó en más de un 30% interanual- era imposible que la inflación bajara a menos de 17% y alcanzara el 24,8%. Además, cuando el BCRA decidió no defender el valor del peso ante la minicorrida contra nuestra moneda de mayo-agosto 2017, advertimos que el achicamiento de nuestro “metro” ($) se reflejaba primero en el tipo de cambio (por lo líquido de ese mercado), pero que luego lo veríamos en los bienes y, con algo más de paciencia, en los servicios, porque sus precios se fijan en esa misma unidad de medida que se redujo. Es lo que sucedió: si comparamos la suba de precios anualizada del segundo semestre de 2016 (18,5%) con la del mismo período de 2017 (más de 24%) la inflación subió, lo cual no debería extrañarnos. Es importante recalcar esto, porque hoy estamos viendo otra minicorrida contra el peso y un BCRA que no solo no lo defiende, sino que incentiva la depreciación de la moneda. Seguramente, luego se “sorprenderá” cuando la inflación anualizada del primer semestre de 2018 supere el 20%.
Para colmo, como aun así a los tres niveles de Estado no les alcanzaba para pagar sus excesos de erogaciones, colocaron una gran cantidad de deuda afuera, inundando el mercado local de divisas y haciendo que su cotización baje. El BCRA salió a paliar el impacto que esto tenía en los productores de bienes, cuyos precios dependen del tipo de cambio, sosteniéndolo con compras de reservas. Si hubiera emitido pesos también para adquirir todas esas divisas, la inflación hubiera superado la de 2016, por lo que mayormente lo hicieron con endeudamiento carísimo. Esto no solo ralentiza la recuperación de la solvencia del BCRA; además implicó sacar financiamiento del mercado local y, por ende, un menor incremento de la demanda interna, lo que seguramente generó una peor evolución de la economía. Algo notable para un BCRA que justifica que no cumple las metas para no afectar la actividad.
Así ingresamos a otro mito: que el BCRA puede incentivar el crecimiento con mayor expansión monetaria. Es cierto: en estos años emitió proveyéndoles mayor poder adquisitivo a quienes obtuvieron créditos más baratos; al sector público, al que le transfirió recursos, y a los productores de bienes, que tuvieron mejores precios porque evitó que baje más aún el tipo de cambio. Sin embargo, ese poder de compra se lo quitó con el impuesto inflacionario a los tenedores de pesos, particularmente a los más pobres, que son los que proporcionalmente atesoran una mayor proporción de sus ahorros. Así que además incentivó una redistribución muy injusta. Si a eso le sumamos que más inflación genera mayor percepción de riesgo y por ende menos consumo e inversión, la realidad es que no hay forma de que el accionar del BCRA haya incentivado el crecimiento; al contrario, lo redujo.
Conclusión: es necesario que el BCRA cambie la estrategia que llevó hasta ahora y priorice la defensa del valor del peso cumpliendo con las metas de inflación para que estas realmente existan. Así, la menor incertidumbre nos permitirá un mayor crecimiento económico y recuperar la solvencia del BCRA.
Aldo Abram
Director Ejecutivo, Libertad y Progreso – enero 29, 2018
Publicado en La Nación
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